“El problema no es lo que haces. Es desde dónde lo haces.”

Puedes estar enviando presupuestos, haciendo reels, cerrando ventas o escribiendo una newsletter inspiradora.
Y aun así… sentirte desconectada.
Vacía.
O incluso un poco impostora.

No porque lo que haces esté mal.
Sino porque desde dónde lo haces ya no encaja contigo.

Y eso, aunque no lo diga el Excel, se nota.

Se nota en el cuerpo.
En el tono con el que respondes un mensaje.
En esa sensación de que estás ocupada pero no productiva.
En la pereza de revisar tu propia agenda.
En ese “todo está bien” que suena cada vez más forzado.

El problema no es lo que haces.

Es la energía desde la que lo haces.

Esto no es espiritualidad de taza.
Es estrategia emocional real.

Porque un mismo acto —una reunión, un mail, una campaña—
puede salir desde la claridad o desde la culpa,
desde el deseo o desde el miedo,
desde el poder o desde la fuerza.

Y según desde dónde lo hagas, el resultado no solo cambia.
Te cambia a ti.

Porque lo que haces te construye.
Pero lo que no te permites sentir mientras lo haces… también.

Hacer por hacer te agota más que no hacer nada.

En el mundo empresarial, a veces hacer sin parar se celebra como productividad.
Pero muchas veces, lo que estás haciendo es evitar mirarte.

Haces para no sentir.
Para no parar.
Para no tener que preguntarte si eso que haces sigue teniendo sentido.

Y claro, como el resultado llega (porque eres capaz, porque sabes),
te compras tu propia trampa:
“Si funciona, será que voy bien.”

¿Seguro?

¿Funciona… para quién?
¿Y a qué coste?

Hacer con conciencia es otra cosa.

Es mirar tu agenda y preguntarte:
— ¿Esto aún vibra conmigo?
— ¿Esto lo hago por deseo, por miedo o por inercia?
— ¿Quién era cuando tomé esta decisión… y quién soy ahora?

Y no hace falta que tires todo a la basura.
No se trata de quemar tu negocio ni mudarte a Bali.
Se trata de ajustar el lugar desde el que te mueves.

Porque a veces el plan no falla.
Falla el para qué.

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